viernes, 1 de julio de 2011

Isabel II, una biografía para la reflexión. 05

De este modo, los partidos políticos, cada uno con sus diferencias sociológicas, consolidaron el sistema liberal por encima de los escándalos de la corte, y a pesar de la inestabilidad política provocada por la voluntad de la reina. Además, con ellos nació y se desarrolló la «opinión pública» como nueva esfera de la política. Todas las acciones de los partidos y, por supuesto, también de la reina y su corte, se convirtieron en asuntos públicos. Los nuevos derechos de libertad de prensa y de asociación, por más que se restringiesen por los moderados, se hicieron parte del ordenamiento político y permitieron establecer la opinión pública como expresión de la sociedad civil ante el Estado. Cierto es que hubo una pluralidad de públicos y, por tanto, de espacios públicos, pero no cabe duda de que, con la revolución liberal, se vertebró una forma de hacer política claramente moderna, en contraposición a las formas de relación de poderes del antiguo régimen. Hubo bastantes momentos en los que la opinión pública entró en escena para cambiar el rumbo político. Cabe destacar la sucesión de movimientos junteros en 1835, 1836 y 1840. Posteriormente, el levantamiento de 1854 contra la corrupción en el gobierno, cuando ardieron los palacios de Sartorius, Salamanca, Vistahermosa, Collantes y hasta el de la reina madre, que tuvo que salir para el exilio. Y, sobre todo, la «gloriosa revolución» de septiembre de 1868, que derrocó a la misma reina. En aquel año era ya aplastante la opinión contraria al modo de reinar de Isabel II. Se expandió la idea de exigir una «España con honra» frente a una dinastía que no cumplía con la moralidad e independencia que el liberalismo requería para la máxima magistratura de un Estado representativo de la nación. Entonces irrumpió ya con fuerza un partido republicano, junto a progresistas y unionistas. Ahí terminó el reinado de Isabel II. Tenía treinta y ocho años y moriría en París con sesenta y cuatro, en un epílogo de vida que le valió una aureola póstuma de compasión que afectó incluso al republicano Galdós cuando recogió en el título de su correspondiente episodio nacional ese sentir al definir a la reina como «La de los tristes destinos».
1. Isabel Burdiel, «La dama de blanco: notas sobre la biografía histórica», en Isabel Burdiel y Manuel Pérez Ledesma (coords.), Liberales, agitadores y conspiradores: biografías heterodoxas del siglo xix, Madrid, Espasa, 2000, pp. 17-47. 
2. Isabel Burdiel, Isabel II. No se puede reinar inocentemente, Madrid, Espasa, 2004, reseñada en esta revista por María Sierra, «La extraña suerte biográfica de Isabel II», Revista de Libros, núm. 96 (diciembre de 2004), pp. 6-8. 
3. En este auge historiográfico, es justo recordar la obra pionera de Concepción de Castro, Andrés Borrego. Romanticismo, periodismo y política, Madrid, Tecnos, 1975; y remitirse a los balances de Albert Ghanime, «Reflexiones y datos sobre la biografía histórica en España (personajes contemporáneos)», Cercles. Revista d’Història Cultural, núm. 10 (2007), pp. 114-144; y de Luis Arranz Notario, «Por la difícil senda constitucional. Biografías políticas del siglo xix», Historia y Política. Ideas, procesos y movimientos sociales, núm. 24 (julio-diciembre de 2010), pp. 295-326. 
4. Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, trad. de O. P. Safont, Barcelona, Ariel, 1971, p. 11

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